Venciendo los obstáculos de la oración - Parte 4 (FINAL)
viernes, 1 de mayo de 2009
Un cuarto problema a la oración lo ofrecemos nosotros mismos, los creyentes. Muchos de nosotros somos pusilánimes para orar debido a que nos miramos a nosotros mismos más que a Dios. Una conciencia cargada no podrá orar a Dios con confianza.
Es preciso ver que la sangre de nuestro Señor Jesucristo en la cruz limpia nuestra conciencia, y nos hace aptos para presentarnos delante de Dios con nuestras peticiones. Ahora podemos olvidarnos de nosotros mismos, y mirar a Dios con confianza.
Además, nuestra incredulidad, nuestra falta de ejercicio y nuestra inconstancia parecen escollos insalvables y pueden más que las santas promesas de Dios, a la hora de enfrentar este asunto.
Siendo así, no vemos:
a) lo que el Padre ha hecho al ofrecernos en Cristo, de pura gracia, todas las cosas. "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" (Romanos 8: 32).
b) las promesas ciertísimas del Señor Jesús de darnos todo lo que le pidamos. "Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Juan 14: 13). "Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho" (1Juan 5: 14-15). "Nos ha dado preciosas y grandísimas promesas" (2Pedro 1: 4).
c) la preciosa obra del Espíritu Santo a nuestro favor para ayudarnos en nuestra debilidad, intercediendo por nosotros con gemidos indecibles: "Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles" (Romanos 8: 26).
Nada de esto es asumido cuando el corazón está lleno de incredulidad y pereza. Pero Dios nos habla a tiempo para que despertemos a la fe y a la diligencia, para que cobremos con paciencia las promesas de Dios y obtengamos lo que pedimos. "Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para plena certeza de la esperanza, a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas" (Hebreos 6: 11-12).
Santiago dice: "No tenéis lo que deseáis, porque no pedís" (4: 2 b). El Señor dice: "Pedid y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá" (Mateo 7: 7). ¿Qué diremos? ¿Hay algún impedimento insalvable? ¿Hay alguna voluntad que se oponga al deseo de Dios? Si tocamos el corazón de Dios, alineando nuestra voluntad a la suya, y decide concedernos lo que pedimos, no habrá ninguna voluntad u obstáculo en el mundo que pueda impedir que recibamos lo que Dios ha decidido darnos.
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